Factores que determinan el Desarrollo Económico

La economía clásica desarrolló la clasificación tripartita de los “factores de la producción”: tierra, trabajo y capital. (A veces se incluía un cuarto factor, el empresarial, entendido como el esfuerzo e ingenio necesarios par combinar u organizar los otros tres). En un momento dado, y sujeto a ciertos supuestos, se determina el producto total de una economía por la cantidad de factores de producción empleados. Esta clasificación y las diversas fórmulas que de ella pueden derivarse, como, por ejemplo, la famosa ley de rendimientos decrecientes, son indispensables para el análisis económico moderno. Sin embargo, como marco para el análisis del desarrollo económico, esta clasificación es excesivamente limitada. Presupone que los gustos, la tecnología y las instituciones sociales están dados y son fijos, o bien lo que lleva a la misma conclusión, que no tienen nada que ver con el proceso productivo. Ni que decir tiene que en la realidad histórica todos ellos están estrechamente relacionados con el proceso productivo y todos están sujetos a modificaciones. De hecho, los cambios tecnológicos e institucionales son la fuente de cambio más dinámica de toda la economía. Son, por tanto, el manantial más profundo de desarrollo económico.

Dicho de otro modo, al analizar la economía en un momento dado, o incluso en momentos sucesivos, siempre que los intervalos no sean grandes, es permisible considerar factores como los gustos, la tecnología y las instituciones sociales, parámetros, es decir, constantes, de un sistema dentro del cual las cantidades y los precios de los factores convencionales de la producción son las variables principales, sin embargo, cuando pasamos del análisis económico a corto plazo al estudio del desarrollo económico, los parámetros se convierten en las variables más importantes. Por lo tanto, para analizar el cambio económico en la historia, es necesaria una clasificación más amplia de los factores determinantes del producto.

En dicha clasificación, el producto total en un momento dado y la tasa de cambio del producto a través del tiempo se conciben como funciones de la “mezcla” de la población, los recursos, la tecnología y las instituciones sociales. Por supuesto, cada uno de estos cuatro factores no es una variable individual, sino una amalgama de variables en una. No es suficiente considerar la población sólo en términos de su cantidad total; ciertas características de la misma están íntimamente relacionadas con su comportamiento económico: su distribución por edades y sexo, sus características biológicas, el nivel de sus técnicas adquiridas (asimilable al concepto de “capital humano”) y su tasa de participación laboral, entre otras.

Los recursos son los que los economistas clásicos denominaban, en un sentido amplio, “tierra”. El término abarca no sólo la cantidad de tierra, la fertilidad del suelo y los recursos naturales convencionales, sino también el clima, la topografía, la disponibilidad de agua y otras características del medio, incluyendo la localización.

En los últimos siglos, la fuente más dinámica de cambio económico y desarrollo ha sido la constituida por las innovaciones tecnológicas. Hace cien años no existían ni el coche, ni el avión ni la radio ni la televisión, por no nombrar los ordenadores y numerosos medios de destrucción. La tecnología de la Edad de Piedra se mantuvo sin apenas cambios durante miles de años. En nuestros días, el cambio tecnológico ha tomado una relevancia preponderante y su velocidad de reproducción y cambio crece día a día. Aun así, todavía hoy en día en algunas zonas del mundo se utilizan métodos de producción agrícola que siguen siendo esencialmente iguales a los de la época de la Biblia. Ejemplos que marcan la disparidad de distribución de tecnología que existe a nivel mundial. Dada una tecnología concreta, sea ésta la de la Europa medieval o la de la América precolombina, son los recursos de que dispone una sociedad los que determinan los límites económicos máximos que dicha sociedad puede alcanzar. Sin embargo, el cambio tecnológico permite que tales límites aumenten, tanto mediante el descubrimiento de nuevos recursos, como por una utilización más eficaz de los factores de producción convencionales, especialmente del trabajo del hombre.

La relación entre población, recursos y tecnología dentro de la economía viene condicionada por las instituciones sociales, incluyendo entre éstas a los valores y modos de pensar. Normalmente, las instituciones que tienen mayor relevancia en las economías nacionales y otros conjuntos similares son la estructura social (número, tamaño relativo, base económica y fluidez de las clases sociales), la naturaleza del Estado o del régimen político, y las inclinaciones religiosas o ideológicas de los grupos o clases dominantes (y de las masas, si es que difieren de las de los grupos dominantes). Asimismo, quizá debamos tener en cuenta un buen número de instituciones menores, como son las asociaciones voluntarias (empresas, sindicatos, colectivos de agricultores), el sistema educativo, e incluso la estructura familiar (extendida o nuclear) o cualquier otra vía de adquisición de valores morales.

Una de las funciones de las instituciones consiste en proporcionar elementos de continuidad y estabilidad, sin los cuales las sociedades se desintegrarían; pero puede ocurrir que, al realizar esta función, actúen como obstáculo para el desarrollo económico, poniendo trabas al trabajo humano, impidiendo la explotación racional de los recursos (el caso de las vacas sagradas en India) o inhibiendo la innovación y difusión de la tecnología. Sin embargo, cae dentro de lo posible que se produzcan también innovaciones en las instituciones, con consecuencias parecidas a las de las innovaciones en la tecnología, esto es, que posibiliten una utilización más eficaz o intensiva tanto de los recursos materiales como de la inventiva y energía humanas. Ejemplos históricos de innovaciones institucionales son los mercados organizados, la acuñación de moneda, las patentes, los seguros y las diversas formas de empresas comerciales, como las sociedades anónimas modernas.

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